El día de los 200 litros, una clase de enología.

Era mediodía en el Gilbert Scott, horario de mañana y tras dormir poco y no tener tiempo ni para desayunar sostenerse en pie costaba mas trabajo de lo normal. De lo muchas o pocas tareas que te toca hacer en el restaurante depende de estar en el lugar y momento adecuado. Ayer no estaba en el lugar y momento adecuado.

Oliver, responsable del bar adosado al restaurante me cogió por banda con el típico comentario, ¿Victor, estas ocupado? Tengo una tarea para ti. Le acompañé a la zona de carga y descarga de productos donde me esperaba el arsenal, nunca mejor dicho. Mi tarea en la siguiente hora de trabajo iba a consistir en transportar un sinfín de cajas y paquetes tanto de cartón, con bebidas espiritosas, como packs, con botellines de refrescos. Vamos, que en un momento iba a transportar y colocar todas las provisiones alcoholicas del lugar.

Lo peor sin duda fue la primera de las actividades. Créanme que situar, formando torres, todas las bebidas, es una tarea que produce tanto estrés como cierto morbo por ver la inestabilidad que estas van adquiriendo. Y encima colocarlo en un carro, un carro enorme con menor movilidad que los del Carrefour.

Y sin duda lo mas intenso fue el tema de transportarlo. Imagínense la dificultad de maniobra si a un carro de ese tipo le metemos como carga 40 packs de 24 botellines de a 0.2 litros cada uno. Si, si realizan las operaciones matemáticas da un total de 200 kilos. Empujar ese carro imposible por los pasillos que te llevan a la cocina, con pequeñas cuestas incluidas, puede llegar a ser peligroso. Sobre todo teniendo en cuenta que había tramos en los que el carro avanzaba inexorablemente hacia mí. Temía por ser arrollado. Hubo momentos en los que el carro y yo quedabamos varados. Ni para arriba ni para abajo, con alguna de las torres de Schweppes tambaleándose peligrosamente.

Finalmente, la historia finalizó sin mayores problemas, gracias en parte por la ayuda de un trabajador del hotel. A sí que, tras acercarlo a la cocina me dediqué otra media hora a colocar las cajas de botellas con coñac ingleses, ron jamaicano o vodka polaco en sus respectivas baldas en un armario secreto. Ahí estaba yo, observando las botellas y sus etiquetas, imaginando lo bien que tiene que saber una copa de dichos licores. Una tarea algo mas entretenida y menos física que la anterior. En fin, lugar y momento adecuado. En el Gilbert Scott todo se basa en ese principio.

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